En los últimos años emergió un modelo científico de la mente emocional que explica cómo mucho de lo que hacemos puede estar guiado por las emociones (cómo podemos ser tan razonables en un momento y tan irracionales al siguiente), y la forma en la que las emociones tienen sus propias razones y su propia lógica. Paul Ekman y Seymour Epstein son dos investigadores que, de manera independiente, nos ofrecen una lista de las cualidades que distinguen a las emociones del resto de la vida mental.
Una respuesta rápida (pero descuidada)
La mente emocional es mucho más rápida que la mente racional, y activa la acción sin pausar para pensar en lo que está haciendo. Esta velocidad precede a la reflexión analítica y deliberada que distingue a la mente pensante.
Durante la evolución esta velocidad seguramente giraba en torno a la decisión más básica, a qué prestar atención y tomar decisiones al confrontar un peligro (enfrentando a un animal: ¿lo puedo comer, o me puede comer a mi?). Aquellos organismos que se detenian demasiado tiempo a reflexionar en estas preguntas era poco probable que sobrevivieron para pasar sus genes.
Las acciones que vienen de la mente emocional tienen una fuerte sensación de seguridad, una consecuencia de la forma simple y directa de mirar a las cosas que tiene la mente emocional, y que puede ser completamente ajena para la mente racional. Cuando las aguas se calman, o incluso a mitad de la respuesta, nos encontramos pensando: "¿para qué hice eso?". Es una señal de que la mente racional se está despertando al momento, pero sin la velocidad de la mente emocional.
Como el intervalo de tiempo entre lo que dispara una emoción y su erupción es virtualmente instantaneo, el mecanismo que aprecia la percepción debe ser capaz de grandes velocidades, alrededor de las milésimas de segundo. Esta necesidad de acutar necesita ser automática, tan rápida que nunca entra en la parte consciente. Esta varidad "rápida y descuidada" de las respuestas emocionales nos llegan antes de que entendamos qué ocurre.
Este modo de perpepción super rápida sacrifica precisión por velocidad, confia en las primeras impresiones, y reacciona a la situación general o a los aspectos más sobresalientes. Toma las cosas que ocurren al instante, como un todo, y reacciona sin considerar un análisis mayor. Los elementos más vívidos pueden determinar esta impresión, ignorando una evaluación más cuidadosa de los detalles. La mayor ventaja es que la mente emocional puede leer una realidad emocional al instante ("está enojodo conmigo" o "está mintiendo" o "esto me entristece"), y crea juicios instintivos que nos dicen de quien cuidarnos, en quien confiar, quien necesita ayuda. La mente emocional es nuestro radar de peligro; si nosotros (o nuestras ancestros) esperamos a la mente racional para que tome algunas decisiones, no sólo podríamos equivocarnos: podríamos morir. La desventaja es que estas impresiones y juicios intuitivos, por ser realizados en un instante, pueden estar equivocados.
Paul Ekman propone que esta velocidad, en donde las emociones pueden adelantarse a nosotros antes de que estemos conscientes de lo que pasa, es esencial para que sean tan adaptativas: nos movlizan para responder ante eventos urgenes sin perder tiempo en preguntarnos cómo reaccionar. Ekman y su equipo descubrieron que las expresiones emocionales comienzan a mostrarse en cambios musculares en el rostro, apenas unas pocas milésimas de segundo después de que ocurre el evento que genera la reacción, y que los cambios psicológicos típicos para esa emoción (como cambios en el flujo de sangre e incremento del ritmo cardíaco) también comienzan en fracciones de segundo. Esta velocidad se nota en especial con emociones intensas, como el miedo a una amenaza repentina.
Ekman propone que, técnicamente hablando, la parte más fuerte de una emoción dura apenas unos pocos segundos. Sería una mala adaptación evolutiva que una emoción continue en el cerebro y en el cuerpo por mucho tiempo, sin importar las circunstancias cambiantes. Si la emoción ocasionada por un único evento continuara dominando después de terminado el evento, y sin importar lo que nos ocurra alrededor, entonces nuestros sentimientos serían malas guías para la acción. Para que una emoción dure más tiempo el disparador tiene que mantenerse, de manera que estar evocando la emoción continuamente, colmo cuando una persona sigue lamentando la pérdida de un ser querido. Cuando nuestras emociones persisten por horas, usualmente es en forma de estados de ánimo, una forma "apagada" de las emociones. Los estados de ánimo establecen un tono afectivo, pero no modelan con tanta fuerza lo que percibimos y cómo actuamos.
Sentir primero, pensar después
Como a la mente racional le toma más tiempo registrar y responder que a la mente emocional, el "primer impulso" en una situación emocional proviene del corazón, no de la cabeza. También existe un segundo tipo de reacción emocional, más lento que la respuesta rápida, que se forma primero en nuestros pensamientos antes de llevar a un sentimiento. Este segundo camino para disparar emociones es más deliberado, y en general estamos conscientes de los pensamientos que lo generan. En este tipo de reacción emocional hay una valoración más extendida; nuestros pensamientos jugan un rol clave en determinar qué emociones van a surgir. Una vez hecha la valoración ("el taxista me está estafando" o "este bebé es adorable"), sigue una respuesta emocional adecuada. En esta secuencia más lenta, un pensamiento más articulado precede al sentimiento. Las emociones más complicadas, como la vergüenza o la angustia por un examen que se viene, usan este camino más largo, que toma varios segundos o minutos realizar: estas son emociones que vienen después del pensamiento.
En cambio, en la secuencia de respuesta rápida, los sentimientos preceden (o son simultaneos) con el pensamiento. Esta reacción rápida de respuesta emocional se encarga de tomar el control en situaciones que tienen urgencia de supervivencia. Ahí está el poder de estas decisiones tan rápidas: nos movilizan en un instante para afrontar una emergencia. Nuestras emociones más intensas son reacciones involuntarias; no podemos decidir cuando ocurrirán. Stendhall escribió: "el amor es como una fiebre que viene y se va independientemente de nuestra voluntad". Y no solo el amor, sino también los enojos y los miedos nos "avasallan", pareciendo que nos ocurren en vez de ser una elección.
Al igual que hay rutas rápidas y lentas para las emociones (una a través de la percepción inmediata, y la otra a través del pensamiento reflexivo), también hay emociones que vienen forzadas. Un ejemplo es la manipulación intencional de las emociones (una habilidad básica de los actores), como las lágrimas que vienen cuando intencionalmente recordamos algo triste. Pero los actores simplemente tienen más habilidad que el resto de las personas en el uso de la segunda ruta de las emociones, el sentir a través del pensamiento. Si bien no podemos cambiar facilmente qué emoción específica va a disparar un pensamiento en particular, a menudo podemos elegir en qué pensar. Así como una fantasía sexual puede llevar a sentimientos sexuales, también un recuerdo feliz genera alegría, o pensamientos melancólicos nos hacen reflexivos.
Pero la mente racional usualmente no decide qué emociones "deberíamos" tener. En cambio, nuestras emociones vienen como hechos consumados. Lo que la mente racional puede controlar es el curso de estas reacciones. Salvo unas pocas excepciones, no decidimos cuándo estar enojados, ni tristes, etc.
Una realidad simbólica (e infantil)
La lógica de la mente emocional es asociativa: toma elementos que simbolizan a la realidad (o que disparan memorias de la realidad) como si fueran la misma realidad. Es por esto que las metáforas y las imágenes le hablan directo a la mente emocional, como lo hace el arte: las novelas, las películas, la poesia, la música, el teatro, la opera.
Si la mente emocional sigue esta lógica, las cosas no necesitan definirse por su identidad objetiva: lo que importa es como percibimos las cosas. En la vida emocional, las identidades pueden ser como un holograma, en la forma es que una sola parte evoca el todo.
Hay varias formas en las que la mente emocional es infantil, sobre todo con emociones fuertes. Una forma es el pensamiento categórico, donde todo es blanco o negro, sin grises; alguien que se mortifica por un error puede tener el pensamiento de "Yo siempre me equivoco". Otro signo de este comportamiento infantil es el pensamiento personalizado, donde se perciben los eventos con un sesgo centrado en uno mismo; por ejemplo, un conductor que, después de un accidente, explica que "el árbol se le vino encima".
Este modo infantil se auto-confirma, suprimiendo o ignorando los recuerdos o los hechos que contradecerían sus creencias, y aferrándose a aquellos que lo afirman. Las creencias de la mente racional son tentativas: la evidencia nueva puede contradecir a una creencia y reemplazarse con la nueva, reaccionando así por evidencia objetiva. Sin embargo, la mente emocional toma sus creencias como verdades absolutas, y descarta cualquier evidencia que las contradiga. Es por esto que resulta muy dificil razonar con alguien que está emocionalmente alterado: sin importar que tan fundamentado sea nuestro argumento desde un punto de vista lógico, no tiene ningún peso si no está alineado a la convicción emocional del momento. Los sentimiento se auto-justifican, con un conjunto de percepciones y "pruebas" propias.
El pasado en el presente
Cuando alguna característica de un evento parece similar a un recuerdo del pasado emocionalmente cargado , la mente emocional responde disparando las sensaciones que fueron con el evento recordado. La mente emocional responde al presente como si fuera el pasado. El problema es que, como esta apreciación es rápida y automática, podemos no darnos cuenta que lo que una vez fue válido ya no lo sea. Por ejemplo, alguien que durante la infancia de abuso sufrió golpizas y aprendió a reaccionar con miedo y odio cuando lo miran con el ceño fruncido, de adulto va a tener la misma reacción, incluso aunque la mirada no represente ninguna amenaza.
Si los sentimientos son fuertes, entonces la reacción que se dispara es obvia. Pero si los sentimientos son vagos o sutiles, puede que no nos demos cuenta de la reacción emocional que tenemos, incluso aunque esté condicionando cómo reaccionamos en el momenmto. Los pensamientos y las reacciones del momento van a tomar el color de los pensamientos y las reacciones del pasado, incluso aunque parezca que la reacción es causada sólo por las circunstancias del momento. Nuestra mente emocional manipula a la mente racional para sus propósitos, de manera que encontramos explicaciones para los sentimientos y las reacciones (racionalizaciones) justificandolos en términos del momento presente, sin darnos cuenta de la influencia que tiene la memoria emocional. Desde este punto de vista, no podemos tener idea de lo que realmente ocurre, aunque tengamos la convicción y la certeza de creer saber lo que está ocurriendo.
Realidad específica de estado
El trabajo de la mente emocional, en su mayor parte, es específica del estado, dictada por el sentimiento particular de un momento. Como pensamos y sentimos cuando estamos con un sentimiento romántico es completamente diferente a como nos comportamos cuando nos sentimos enfurecidos o rechazados; en la mecánica de la emoción, cada sentimiento tiene su propio repertorio de pensamientos, reacciones y recuerdos. Estos repertorios específicos del estado se vuelven más predominantes en momentos de emociones intensas.
Un signo de estos repertorios se encuentra en la memoria selectiva. Parte de la respuesta de la mente a una situación emocional es reordenar los recuerdos y opciones de acción de manera que aquellos más relevantes se encuentren al tope de la jerarquía, y por lo tanto resulte más facil ponerlos en práctica.